Cantó con grandes grupos folclóricos y recorrió todo el país animando fondas y rodeos.
Carmen Lidia Campillay Herrera, una de las grandes folcloristas puentealtinas cumple 90 años y quiso repasar con PALD su rica trayectoria artística, la que tuvo como semilla a su abuelo y un tío, quienes tocaban el acordeón y la guitarra, mientras ella jugueteaba por los pasillos de la casa.
Nacida en el año 1930, llegó a vivir a Puente Alto a la edad de los 7 años junto a sus padres y dos hermanos.
Pedro Alberto Campillay Iribarren y Lidia del Carmen Herrera Silva fueron sus padres, mientras que su hermano mayor, fallecido hace 30 años, fue Luis Abelardo Campillay Herrera y el menor Gilberto Antonio.
Ingresó a la Escuela N°250 donde estudió solo hasta Tercero Básico, ya que los libros y los cuadernos no era lo suyo. Además siempre había un “dolor de guatita” para no ir a clases.
“A pesar de que mi mamá estaba pendiente de que yo hiciera las tareas y de que no faltara nunca, y me hacía la enferma. Mi mamá sabía que yo no estaba enferma y me mandaba al colegio. Y mi papá le decía que cómo me iban a mandar a la escuela si estaba enferma. Yo me valía de eso. Ahora me doy cuenta que fui muy regalona y que no estuvo bien eso. A esta edad me doy cuenta”, recuerda Carmen Lidia.
-¿Cómo nació su gusto por el folclor y de dónde viene la veta artística?
-Según mi abuela el esposo de ella, mi abuelo, tocaba el acordeón y cantaba y un hijo de ellos, mi tío Roberto tocaba la guitarra y cantaba. Así que de ahí debe venir la vena.
-¿Hubo siempre amor por el folclor o por otra rama artística?
-A mí me gustaba mucho cantar y lo mexicano. Y entremedio me gustaban las tonadas, por ejemplo la de Manuel Rodríguez. Y otra que era muy picarona: Mata de Arrayán Florido.
Según recuerda, comenzó su carrera artística desde pequeña, ya que su padre siempre estaba pendiente de ella.
Carmen Lidia siempre era la artista central cuando se celebraba muy a lo grande el santo de su padre y el cumpleaños.
En esas ocasiones, donde Pedro gritaba con orgullo que tenía una hija que cantaba lindo.
“Yo al oír eso me iba al fondo de la casa, a la última pieza. Él me iba a buscar y decía: ’para que todos sepan que tengo una hija que canta bonito’. Y yo le decía que no y él insistía. Y primero me decía con harto cariño ‘vamos hija’, y yo le decía que no papá. Hasta que me decía: ‘si no vas, te voy a dar un coscacho’. Y yo iba y cantaba un bolero bien llorado, porque estaba llorando. Y la gente me aplaudía mucho. Porque cantaba con todo el sentimiento”.
Todas estas vivencias son cuando tenía solo 11 años, mientras aún jugaba con muñecas.
Sus cualidades artísticas fueron de a poco creciendo, aunque su única limitación era el lugar donde vivía, ya que quedaba alejado de todo.
Pese a ello, el destino ya estaba dictado para ella.
“Por mi casa pasaba un carretón repartiendo pan. Todos los días, pan calientito. En este carretón venían dos jóvenes, uno que manejaba los caballos y el otro repartía el pan. Uno se llamaba Francisco Millán y el otro se llamaba Hernán Remedi, que con el tiempo pasaron a ser Los Puntillanos, que fueron los primeros, los auténticos. Porque ahora hay otros, la generación nueva. No sé cómo llegó a ellos que yo cantaba. Y resulta que con ellos comencé a cantar folclore. Y esa tonada de Manuel Rodríguez y Mata de Arrayán florido”.
Así empezó su larga carrera, hasta que llegó al conjunto Los Puentealtinos.
“Con los Puentealtinos canté más profesionalmente, porque ahí me pagaron. Ese grupo lo integraban dos hermanos Santiago y Tito Lobos. Lucho, tocaba la guitarra y bailaba cueca muy bonito. Pero con ellos fue profesionalmente. Yo cantaba tan fuerte que no usaba micrófono en el colegio”.
Su voz la llevó también a la ciudad de Concepción, donde trabajó además en una boite.
“Ahí comenzaba el show como a las 12 y media. Ahí canté mis dos tonadas que me sabía. Y llevábamos a una parejita que bailaba mientras cantábamos. Y la tonada El Pañuelo, de Clarita Solovera. Y esa tonada la repasamos en el camino, en el tren. Con esas dos canciones me defendí toda la semana que cantamos. De ahí no volví a cantar con los Puentealtinos. Seguí con Los Puntillanos”, rememora esta puentealtina.
Con el tradicional grupo musical, recorrió fondas y rodeos en distintas partes del país, donde siempre salían entre aplausos.
“Como eran los mismos huasos y les gustaba, nos volvían a contratar animando los rodeos. En Puente Alto estuve en la fonda oficial. El dueño no recuerdo quién era, pero nos contrataba todos los años para el 18. En 1972 grabé con Los Puntillanos el vals de Luis Bahamonde “La duda”. La única grabación que hice con ellos”, dice Carmen Lidia.
A los 40 años dejó el canto debido a que comenzó a sentir pánico escénico.
Tenía miedo de que no le saliera la voz o un mal tono. Ahí tomó una decisión difícil: el retiro.
“A veces me salía un show con algún dúo o trío y me llamaban. Estaban los Huasos del Maipo y los Huasos de Tierra Larga y los acompañaba en las ramadas o en los rodeos”, apunta.
Sus últimos show los hizo como hace 20 años con Ramón y Alejandro Lagos, quienes la invitaban a cantar.
También doña Carmen Lidia estuvo en el coro de la Iglesia de los Santos de los Últimos Días, donde hacía el contralto.
“Ahora ya voy a cumplir 90 años, así que ahora ya no canto tanto”, dice con nostalgia.
-¿Cómo considera su vida señora Carmen?
-Creo que llevo una vida satisfactoria. He hecho lo que me gustó hacer. No fui una libertina, pero hice todo lo que quise hacer. Ser madre, abuela y me siento satisfecha. Me siento agradecida de Dios. Amo la vida, pese a las dificultades de salud siento mucha alegría de vivir y tengo mucho ánimo. Me gusta que la gente sienta mi ánimo y que disfrute la alegría. Disfruto las cosas sencillas de la vida y las agradezco.
Para el cierre dejó una frase para el bronce:
“Toda mi vida he vivido en Puente Alto y mis dos hijos nacieron aquí. Mi hijo está casado y ella (Alejandra) está soltera todavía. Espero que se case pronto…”