*El juez que lleva causas emblemáticas de Derechos Humanos, habló sobre su paso por la capital de la Provincia Cordillera, en la década de los ochenta.
*Recordó el día del atentado a Pinochet y cómo los militares le impidieron el paso hasta el lugar de los hechos.
Hijo de una esforzada trabajadora de La Vega y criado en el barrio de Plaza Chacabuco, Mario Carroza se crió como uno más de la cuadra, donde los recuerdos de la infancia y adolescencia son imborrables.
En casa, cuando niño, estaba muchas horas solo, ya que su mamá trabajaba en un puesto en La Vega, mientras que su hermana mayor con 16 años ya se había casado y otra estaba en un internado.
Los vecinos fueron importantes para él, como asimismo los libros y revistas que lo acompañaban en esos momentos, aunque los amigos de barrio y las pichangas también eran parte clave.
Hoy, a muchos años de esas vivencias, para el magistrado Carroza son momentos que atesora con mucho cariño, al igual que su proceso universitario, donde pasó de la filosofía al derecho.
Este juez que lleva causas emblemáticas de Derechos Humanos, tuvo un paso por Puente Alto, el que califica de primordial para su madurez profesional.
Acá conoció realidad duras, le tomó el peso real de ser juez y tuvo en sus manos el caso del aluvión del Alfalfal, que dejó 41 muertos un 29 de noviembre de 1987.
También tuvo un complicado protagonismo en el atentado al general Augusto Pinochet, donde los militares no lo reconocieron como juez, impidiéndole el paso hasta el lugar de los hechos.
El magistrado, ha pasado momentos duros en su carrera profesional y en lo personal, en especial cuando en un accidente automovilístico falleció su primera esposa con una hija.
Reportajes de PALD conversó con el magistrado en su despacho de Santiago centro muy cerca del Palacio de Justicia, donde rememoró su paso por Puente Alto y otras historias de su larga carrera judicial.
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¿Cómo fue llegar a Puente Alto que en ese entonces tenía un aire provinciano?
– Bueno, yo era funcionario de los Juzgados del Crimen en Santiago, así comenzó mi carrera judicial en el año 1977 y mi primer cargo después de titularme como abogado fue en Cauquenes.
Ahí me voy como secretario del Tribunal de Letras de Cauquenes. Estuve cuatro años y ya el año 84 la Corte de Apelaciones de San Miguel me designa titular en el Segundo Juzgado de Letras de Puente Alto. Estuve del año 84 hasta el año 88.
CERCA DE LA CÁRCEL
– “Sí. Los dos tribunales estaban al lado de la cárcel. El primero y el segundo. El primero veía menores, yo era lo único que no tenía. Y estábamos en José Luis Coo, al fondo. Había poca locomoción. Era sacrificado el tema”, admite.
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¿Qué recuerda de esos años en términos cotidianos?
– Yo vivía en Providencia con Miguel Claro. Todos los días tenía que trasladarme. Tomaba colectivo. Y en razón del temor que me causaba la rapidez con que se movilizaban los colectivos, finalmente aprendí a conducir. A los 33 años que justamente comienzo a ser juez en Puente Alto.
Ahí me compré un autito y empiezo a conducir. Siempre por una vía no más. Me acuerdo porque iba siempre por un lado. Me caía a los hoyos, pero llegaba a Puente Alto.
– No adelantaba. ¿Por temor?
– Nunca adelantaba. Por temor. Me tocaban la bocina siempre. Salía por el estadio Nacional, Maratón y ahí tomaba Vicuña Mackenna.
– Y qué recuerda de Puente Alto. Porque prácticamente pasaba todo el día acá. ¿Dónde iba a comer, por ejemplo?
– Normalmente almorzábamos todos cerca del Tribunal. No había negocios. La gente llevaba su almuerzo. Compartíamos con la gente de Gendarmería que estaban al lado. Era como un centro de justicia. Jugábamos a la pelota con Gendarmería. Éramos bastante afines en ese tiempo. Y los abogados que eran como 4 ó 5, los que tramitaban ahí. Ellos tenían su oficina al lado o en el centro de Puente Alto.
-¿Usted llevaba su comida?
– Sí. En ese tiempo había que hacerlo así. No había locomoción. Era difícil ir a almorzar al centro. Y yo que no conducía, menos podía hacerlo. Con el tiempo me iba más temprano. Al principio nos íbamos todos a las 6 ó 7 de la tarde y nos íbamos todos caminando donde podíamos tomar el colectivo o bus que nos llevar a Santiago.
-En ese entonces Puente Alto tenía todavía aura provinciana
– De todas maneras. Llegaba un poco de Pirque, de las Vizcachas, San José de Maipo. Por ejemplo, hubo dos casos que me marcaron. El Alfalfal. El aluvión. Era primera vez que salía en la televisión. Tengo el video guardado dando una entrevista. Y eso me hizo conocido. De hecho la Corte de Apelaciones me llamó y me dijo venga a relatar acá. Antes de eso no tenían idea que yo existía. Puente Alto estaba tan lejos, en ese entonces. Posteriormente me toca el caso del atentado a Pinochet. Fue toda una odisea.
Logré llegar hasta la rotonda no más. Tenía que constituirme para ver qué había ocurrido. Y no me dejan pasar los militares. ‘Quién es usted. Yo soy el juez. Usted no puede pasar’, me dijeron. Y no me dejaron pasar.
Después la Corte de Apelaciones me dijo qué hizo usted. Usted era el juez ahí. Y yo les dije que no me habían dejado pasar. Y tuve que pedir un informe a Carabineros. Y Carabineros dijo que ellos no tenían nada que ver. Mandaron ese informe a la Corte Suprema y casi me sanciona porque yo no había intervenido en el tema de Pinochet. Pero si no me habían dejado. En ese caso se hizo cargo la fiscalía de justicia militar. Un juez provinciano no tenía nada que hacer en el tema. No pude intervenir. Esos son los dos casos que más me marcaron estando en Puente Alto.
Por aquel entonces el tipo criminal era muy distinto a que ocurre ahora en Puente Alto.
-Recuerdo que me tocó un crimen donde está el centro de sanidad mental El Peral y tuvimos que hacer una reconstitución de escena y nos preocupamos de ir y hacerla porque había tan pocos crímenes. Me tocó algunas situaciones parecidas en una población el año 84 que era la única conflictiva, por decirlo así. Había una sola que era la que creaba los problemas. Ahí se intervenían algunas lesiones, riñas. Homicidios eran muy pocos. Para que concurriera la Brigada de Homicidios, era difícil. Siempre estaba yo en el Sótero del Río por lesiones. Había mucha riña.
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Mucho alcohol, en el fondo.
– Claro. San José de Maipo, Pirque, en todas partes. Los clandestinos. Lo otro era el faenamiento de animales; el abigeato. Eso demuestra lo rural que era. Por el desconocimiento que había en las zonas rurales, había delitos sexuales, incesto, abusos. Pero más bien por ignorancia. Falta de educación.
-¿Eso motivó para que usted se especializara en temas familiares?
– Yo creo que eso se fue dando en el tiempo. La sensibilidad por ciertos temas me nace estando en este tipo de trabajo. Se me fue dando por la parte penal, más que la civil o laboral. Claro en la parte penal enfocada con familia. Posteriormente cuando llegué a Santiago me dedico a la violencia intrafamiliar, maltrato infantil. Que no son parte de los derechos humanos, pero eran parte de la preocupación de la sociedad. Pero el tema donde me formé como juez, donde sentí la responsabilidad de las cosas que tenía que resolver fue en Puente Alto. Estaba solo ahí. Tenía que decidir.
– Y era joven además.
-Claro, tenía 32 años. Tenía que decidir sobre situaciones que eran complejas. Esa experiencia me generó buenos resultados. Y me creó una responsabilidad como magistrado en relación a las personas que venían a solicitar mi intervención.
LAS MUJERES QUE LO HAN MARCADO
Usted vivió en el barrio norte de Santiago. Viene de un barrio tradicional, muy bravo por lo demás. Después se fue a Cauquenes. Una zona huasa. Después Puente Alto.
– Yo me crié en una familia de bastante esfuerzo. Mis padres trabajaban en La Vega. Vivía en ese entorno. Plaza Chacabuco. Si bien no era pobreza, pero sí de sectores medios. Esas cosas me fueron dando una impronta. Cierta forma de vivir. Me crié sabiendo que había que sacrificarse. Hay que llegar hasta el final. Estudié filosofía y la terminé. Porque había que terminar las cosas y si quieres más, hay que entrar al esfuerzo y hacer más de tu parte.
En ese sentido las cosas se me fueron dando.
-Las mujeres han sido muy importante para usted. Han marcado su vida. Para comenzar su mamá. Que lo crió prácticamente sola.
– Sí, fui criado por mi madre. Soy hijo de padres separados. Mi madre una mujer muy esforzada, se levantaba muy temprano para ir a La Vega a trabajar. Ella trabajaba todo el día. Tenía una hermana que como mi mamá no podía criarla, la internó. Mi otra hermana se casó muy temprano, a los 16 años. Yo viví solo, ayudado por los vecinos. Tenía buenos vecinos.
Mi primera señora que tuve fue cuando estudiaba filosofía y ella me llevó hacia esos campos. Me dijo que como profesor iba a ganar muy poco, entonces comencé a estudiar derecho. Y mi actual señora me llevó por los lineamientos de los derechos humanos. Ella ha sido consejera de la opinión pública. Cómo se observa por fuera. Cuando tomo las resoluciones, lo hago por lo que se espera de uno. Por lo que se está viviendo en el entorno. No solo por lo que yo creo.
– Ese proceso que usted hace se debe, quizás, a que usted escucha; esa manera reposada de tomar decisiones. Al criarse en solitario, tal vez tenía más capacidad de reflexión.
– Por eso también estudié filosofía. Comencé a sistematizar esta manera de estar solo. Había mucho tiempo para pensar.
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¿Dejó amigos en Puente Alto?
– Sí. Como estaba todo el día recluido en el trabajo, era posible relacionarse solo con los abogados y el juez de policía local, José Miguel Verdugo, con el que compartimos cualquier cantidad. No sé si estará Paiva, que era el secretario en ese tiempo. Éramos amigos. La notaría Estelita Mendoza. El señor Elgueta, que era conservador. Él me fue guiando. Fue un guía súper bueno. Y otros. Osvaldo Andrade, que era abogado de la gobernación. Con él jugábamos básquetbol. Otros abogados Barrios, Montecinos. Otros que ya murieron. Y compartíamos bastante. Yo no era distante. Porque los jueces en general son distantes. A mí me gusta compartir.
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Usted maneja muchas causas emblemáticas. Mediáticamente siempre está en la mira. ¿Cómo lo hace para descomprimir las presiones?
– Tiempo atrás hacía mucho deporte, como el fútbol. Era bueno. Pero había otros mejores. Había un profesional en Gendarmería, un capitán, que era muy bueno para jugar a la pelota.
Efectivamente eso me ayudaba bastante. Después, con más de edad, es mi familia la que me da tranquilidad, me voy al campo. Salgo de la ciudad y me encierro en la casa con la familia. Eso me descomprime.
Converso con ellos y eso me hace tomar la decisión más adecuada. En ese sentido ya no vivo de la noche a la mañana en el trabajo. Eso ya lo viví.
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Tiene pensado cuándo va a abandonar el poder judicial y vivir en el campo.
– Yo creo que llegamos a cierta edad y tenemos que irnos, que son los 75 años. Estoy ordenando mis cosas.
CARROZA, EL FILÓSOFO
Usted es profesor de filosofía. Cuando asume el cargo de juez y me describe que en Puente Alto le toman peso a la figura, ¿qué recuerda de eso? Tiene que lidiar con muchas cosas. Con emociones, hechos reales; lidiar con un ser que estaba en sus manos y estando detrás dos familias que están a veces en disputa.
– Eso a uno lo va marcando. Lo hace reflexionar. No cabe duda. Además de que yo estaba en esa situación de resolver casos concretos, donde se producían ese tipo de situaciones, respecto de detenidos, de gente procesada, de familiares que están esperando qué se va a resolver, o las víctimas también que habían sido afectadas por un robo. Además yo vivía y trabajaba todo el día al lado de la cárcel. Y me tocó ver en una ocasión que unos internos que estaban encarcelados, quemaron a dos jóvenes. Ellos mismos. Había un drama humano y me tocó convivir con eso.
Así como jugaba fútbol con los gendarmes, también veía cómo estas personas venían de otras regiones, porque había condenados y tenían que hacer el tiempo para poder hacer las visitas. Esa parte es bastante conmovedora. Y a veces gente muy joven que estaba privada de libertad donde hay poco espacio. Y salían al patio a jugar básquetbol mientras otros estaban encerrados por el poco espacio.
Esas cosas a uno, a esa edad, le va tomando el peso y va sintiendo la responsabilidad que tiene. Y cómo sus decisiones pueden afectar.
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En qué momento del día se detiene a cavilar sobre estas materias
– Los judiciales, fundamentalmente, tenemos dos etapas en esto del trabajo diario. La primera, que es la más activa, no tenemos mucho tiempo para pensar, reflexionar. En la mañana van llegando los detenidos, las audiencias, resoluciones. En la tarde, es como el banco. Ya no hay tanto movimiento y se tiene tiempo para pensar en cómo va a afectar la decisión. Qué es lo mejor, lo correcto, lo sensato. Uno no solo puede ajustarse a la ley. Tiene que apegarse a la sociedad en que vive. A veces la ley es injusta y hay que buscar el término medio. Por eso siempre me guié con la filosofía. Lo que es justo.
(Nota en edición impresa de sábado 5.1.19)