Ha vivido la
transformación del barrio y de cómo los antiguos vecinos han partido por los
problemas de los últimos años.
Ester de Las Mercedes Montenegro
Orellano, 74 años, es una de las habitantes
pioneras de la población Carol Urzúa, sector que comenzó a recibir pobladores
en octubre de 1983.
Madre de
cuatro hijos – dos mujeres y dos hombres- ha visto el proceso de desarrollo del
barrio, el que siempre ha sido “inquieto” desde su fundación.
Ester
cuenta que las viviendas en un principio estaban destinadas a personal del
Ejército, pero que éstos las rechazaron por ser muy chicas.
Tanto ella
como otras miles de familias, llegó a su casa a fines de 1983 -octubre- en un
cambio que fue muy rápido y caótico.
La mayoría
de los que llegaban en ese entonces a la Carol
Urzúa provenían de distintos campamentos de la capital, como el que estaba
en el Open Door, en Puente Alto o Los Troncos, que estaba emplazado en La
Cisterna.
Todos los
habitantes, sin excepción, eran personas de escasos recursos, donde la pobreza
muchas veces era extrema y donde la violencia también era parte del día a
día.
DE LOS
TRONCOS A LA CAROL
La nani,
como le dicen en el barrio, vivió por más de una década en el campamento Los
Troncos, que estaba ubicado en el paradero 18 de La Gran Avenida (con
Ochagavía), en la comuna de La Cisterna.
“Allí me
dieron un pedacito de terreno y paré mi rancha, luego nos vinimos para acá
cuando se compró esta casa, la que no fue regalada”, aclara de entrada
Ester.
¿Ahí
comenzó a criar a sus cuatro hijos?
-Sí, yo ya
tenía a mis cabros chicos.
¿Era
muy precario el campamento?
-Teníamos
luz y el agua la íbamos a buscar al grifo, de repente. El baño era un pozo
negro.
Momentos
duros vivió esta mujer en Los Troncos, donde la crianza no fue fácil, más
cuando decidió separarse de su esposo.
Recuerda
que por la década del ‘70 en el campamento era rutinario el ver las ollas
comunes o que miembros de iglesias fueran a ayudar a las familias.
Es en este
periodo donde conoce a Germán Jeesen Mora, un compañero de vida que la ayudó en
la crianza de sus hijos.
Con este
apoyo, Ester, como jefa de hogar, decidió que había que ahorrar para poder
salir del campamento y contar con una vivienda propia. Aunque fuera
chiquita.
“Nosotros
postulamos a viviendas, pero no sabíamos dónde nos iba a tocar y qué casas
serían. Estas casas eran para los milicos, pero las encontraron muy chicas y
las rechazaron. Y a nosotros nos tocó la suerte de que nos tocaran estas
viviendas”, recuerda Ester.
La
matriarca de la familia de la Carol Urzúa, detalla que tuvo que abrir una
libreta para la vivienda en el BancoEstado (de color café).
Luego,
venía un pago para la postulación que se realizaba en el Serviu.
“Yo tenía
muy poco (en la libreta). Nosotros éramos muy pobres. La gente pobre no puede
poner todo el tiempo plata en la libreta, no puede. Yo tendría como en ese
entonces unos $20 mil”, rememora.
Ya una vez
en su casa, apunta, tuvo que pagar un bajo dividendo por poco más de cinco
años, hasta que renegoció una deuda que tenía con el Serviu y pago de una vez
su vivienda.
“Hice el
convenio y puse la plata que me pedían y quedó la casa pagada…así que ahora
no importa que me muera porque tengo la casa pagada”, dice sonriendo.
¿Se
acuerda cuándo llegó acá a la Carol Urzúa?
-Fue en el
mes de octubre de 1983. Era un día de sol. Un camión de la municipalidad de La
Cisterna nos trajo.
¿Ese
día llegaron muchas familias?
-Varias. Ese
día se vinieron casi todas las familias del campamento Los Troncos.
Lo que
recuerda de ese tiempo la vecina Ester es que cerca de la población Carol Urzúa
habían potreros cercanos.
También en
ese periodo llegaron otras cientos de familias de a lo menos cuatro campamentos
más, los que estaban emplazados en distintos puntos de la Región
Metropolitana.
A partir
de allí, comenzó a escribirse la historia propia de la Carol Urzúa, la que
desde un comienzo no fue fácil.
PELEAS
Y POBREZA
Al llegar
las familias a sus casas en la Carol Urzúa se encontraron que éstas no tenían
rejas en el antejardín ni panderetas divisorias, en algunos casos.
A esto se
sumaba que las calles eran de maicillo y que la locomoción era escasa, por lo
que debían caminar hasta la plaza para ir a otros puntos de la capital.
Pero lo
que más costó -casi hasta ahora- fue la convivencia entre los vecinos, donde la
mayoría no se conocía.
¿Cómo
fue ese proceso de comenzar a convivir con otras familias que no se conocían?
-Tuvimos
que acostumbrarnos. Como vecinos teníamos que salir a comprar y nos juntábamos
en negocios y ahí uno aprovechaba de preguntar de dónde venían. Así uno se fue
conociendo.
También
hubo problemas, me imagino, “de territorio”.
-Sí,
nosotros allá en el campamento todos nos conocíamos, pero cuando comenzó a
llegar gente de otros lados -en la Carol Urzúa- comenzó a llegar gente media
mala que asaltaba a los buses a las cinco de la mañana.
Uno ha
pasado por muchas cosas en esta bendita población.
La
violencia también se ha desarrollando. Como es de pasar de un cuchillo a un
arma de fuego.
-Claro.
Primero se peleaban a palos, después los cuchillos. Ahora ya no, es otra
cosa.
Ahora, muchas
de esas personas que llegaron hace 36 años ya no están.
-Claro,
han muerto varios. Del campamento de donde nosotros veníamos han muerto varios
por enfermedades y los otros, como digo yo, malitos, malitos, dejan a sus
críos.
Ester
también apunta que la pobreza ha sido una tónica de la población, donde por un
tiempo se hicieron ollas comunes -en la década de los ‘80-, las que eran
organizadas por un pastor.
“Se pasó mucha
necesidad. También los niños para ir al colegio. Mucha gente hacía lo más
rápido para tener plata que es robar. Otras, en tanto, salían a buscar trabajo
u otros que tenían buena posición, como los feriantes o quienes tenían un
negocio”, detalla Ester.
CON LOS
PIES POR DELANTE
Tras pasar
el tiempo, la población fue cambiando de manera paulatina, donde las familias
pudieron tener la posibilidad de mejorar económicamente.
Así, por
lo menos lo describe Ester.
“Lo que se
veía en el campamento comenzó a desaparecer; dejó de haber esa pobreza. La
gente empezó a tener mejores trabajos, ya los niños iban al colegio y tenían su
almuerzo y sus cosas. Todo eso fue cambiando”, apunta Ester.
En los
últimos años, dice la experimentada vecina, los antiguos residentes se han
marchado y han puesto en venta sus casas o las dejan en arriendo, “por la
sencilla razón de cómo es la población ahora”, dice la vecina.
¿Qué
debe pasar para que la Carol Urzúa esté tranquila?
-Una
limpieza muy grande, diaria.
Más
allá de estas cosas, ¿usted adora a su población?
-Sí. Por
eso yo le digo, con los pies por delante me van a sacar de aquí. Yo no me voy
de mi casa.
Yo sufrí
mucho en el campamento para tener lo que tengo, entonces para dejar esto
tirado, no.
¿QUIÉN FUE CAROL URZÚA?
Un 30 de
agosto de 1983 fue asesinado por aquel entonces el intendente de la Región
Metropolitana, Mayor General de Ejército (r) Carol Urzúa Ibáñez.
El
atentado se produjo en la intersección de las calles Cordillera y Avenida
Apoquindo, donde además de él murieron sus dos escoltas: Carlos Manuel Riveros
(30), Cabo 1° del Ejército y José Domingo Aguayo Franco (34) Cabo
2º.
Urzúa
sufrió cinco heridas de bala, falleciendo instantáneamente. Por su parte
los dos escoltas recibieron varios impactos directos que les causaron la muerte
en forma inmediata.
De
acuerdo a lo que se pudo establecer, el asesinato estuvo a cargo de un grupo de
militantes del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR).
El
desaparecido intendente metropolitano recibió en el año 1979 la
“Condecoración Bicentenario Natalicio del Libertador, General Bernardo
O’Higgins”.
Mientras
que en 1981 fue designado Intendente y más tarde en 1983 es instituido con el
grado de Mayor General de Ejército.
(Nota y fotografías en edición impresa de sábado 31.8.19)